De liderazgo e idolatría, y de cómo transitar tan estrecha vía — Ki Tisá 5782

La Parashá de Ki Tisá es una lectura pivotal, que marca un antes y un después no sólo en la Historia de Israel, sino de la Humanidad entera. La problemática subyacente en el mismo proceso de la Salida de Egipto se despliega bien entrada la Lectura:

“Y cuando el Pueblo vio que Moshé se demoraba en bajar de la montaña, el Pueblo se agrupó alrededor de Aharón, y le dijo: ‘Sube, haznos un dios (“elohim” [אלהים]) que vaya ante nosotros; ya que, en cuanto a este Moshé, el hombre que nos ha extraído de la tierra de Egipto, no sabemos que se ha hecho de él”.

Shemot 32:1

La situación era la siguiente: Moshé Rabeinu, por un malentendido de temporización entre el Pueblo y él mismo, es tomado por muerto. El Pueblo agarra miedo, y le pide a Aharón, hermano de Moshé, que construya una figura; en palabras del Comentarista Rashi, le pidieron “dioses que fueran frente a ellos” en el lugar de Moshé (Rashi en Shemot 32:1).

Una pregunta que debemos plantearnos es: ¿cómo es que el Pueblo sustituyó a Moshé precisamente por un “dios”, aunque fuera sólo un símbolo?

Una respuesta la podemos obtener de analizar la palabra “elohim” en Hebreo, una palabra reveladoramente polisémica. Los significados de esta palabra son:

1: primero, “Elokim”: D’ios; el Creador del universo [JÉSED en Guevurá].

2: segundo, “elohim”: ídolo; falso dios [GUEVURÁ en Guevurá].

3: tercero, “elohim”: juez, u hombre poderoso, prominente [TIFÉRET en Guevurá].

Mi hipótesis, definida a raíz de lo que nos enseña Rashi, es la siguiente: el punto de partida es que Moshé demuestra fehacientemente que él era el líder del Pueblo y “elohim” (juez) suyo, y eso le confería un TIFÉRET, un ESPLENDOR VERDADERO, que le permitía ejercer su autoridad –que era necesariamente derivada de la Autoridad del Creador para ser auténtica– sobre el Pueblo.

Ahora bien, cuando Moshé fue echado de menos por el Pueblo producto del malentendido temporal, la multitud mixta –egipcios y miembros de otros pueblos esclavizados en Egipto incorporados en el seno de Israel–, todavía imbuída de la idolatría de Egipto, hizo “desviar” el pensamiento del Pueblo de considerar la tercera acepción de “elohim” a considerar la segunda, esta última siendo del lado de la GUEVURÁ, RIGOR, de forma lógica –y además, un rigor derivado del miedo, y, por tanto, negativo–; así, a falta de Moshé, el Pueblo, instigado por la multitud mixta, acaba aferrándose a un “elohim” en el sentido de “falso dios”, falsa fuerza rectora, para que lo guíe. Evidentemente, regirse por esta falsa fuerza llevó al Pueblo a “festear” (Ibíd. 32:6) frente al ídolo, y, por tanto, a corromperse (Ibíd. 32:7).

De tal modo que el Pueblo, llevado por su frenesí, en cierto modo, entronizó al ídolo, el Becerro de Oro, convirtiéndolo, en el fondo, no sólo en su “dirigente” (“sustituto” de Moshé), sino también rayando el hecho de otorgarle la condición de dios; según el versículo:

“Y lo recibió en su mano, lo moldeó con una herramienta de grabar e hizo un ternero de fundición; y dijeron [el Pueblo, dirigido por la multitud mixta]: ‘Este es tu dios [–elohekha–], Israel, que te hizo subir de la tierra de Egipto’.”

Ibíd. 32:4

LA SOLUCIÓN A TAL CORRUPCIÓN

Moshé, al conocer la penosa situación de Boca del Creador, buscó enseguida la solución. ¿Y qué camino siguió? Para entenderlo, vamos a analizar un poco más la problemática de la divinización de los dirigentes.

Con los milagros de Egipto, y, en especial, la Partición de las Aguas del Mar de Juncos, el versículo nos pone al Creador y a Moshé en un delicado paralelo a ojos del Pueblo:

“E Israel vio la gran obra que el Eterno hizo sobre los egipcios, y el pueblo tuvo temor reverencial del Eterno; y creyó en el Eterno y en Su siervo Moshé”.

Ibíd. 14:31

Fijémonos en el paralelo: el Pueblo confió en el Eterno, y en Moshé.

Un paralelo derivado de que, en los milagros, el Eterno y Moshé cooperaron en estrecha relación: Moshé hacía una acción de prenda y a continuación llegaba el milagro del Creador. El riesgo está claro, y es el de atribuir los milagros a Moshé, y desterrar al Creador.

Las mentes débiles del Pueblo, o las distorsionadas –la multitud mixta–, cayeron en el peligro de este paralelo, el de otorgar poderes sobrenaturales a Moshé, convirtiéndolo ‘de facto’ finalmente en un poder autónomo –una suerte de ídolo–, como hizo finalmente la multitud mixta con el “símbolo” del Becerro de Oro.

El hilo que separa la idolatría de la fe verdadera puede llegar a ser muy delgado, tan fino que incluso el propio Creador le dice a Moshé:

“[…] ‘Ve, baja; porque tu Pueblo, el que subiste de la tierra de Egipto, ha hecho maldad; […]’”

Ibíd. 32:7

Y Moshé, con esta afirmación del Creador (y la de la multitud mixta de 32:4), detecta enseguida la solución; de tal modo que él le replicó al Creador, cuando Él quería destruir al Pueblo,

“[…] ‘Eterno, ¿por qué se enciende Tu ira contra Tu Pueblo, que has sacado de la tierra de Egipto con gran poder y con Mano fuerte?’.”

Ibíd. 32:11

Es decir: Moshé ¡Le vuelve a adscribir el poder de sacar el Pueblo de Egipto, y por tanto, todo el poder, al Creador…!

De este modo, Moshé encabeza la reconexión de Israel con la acepción totalmente rectificada de “Elokim”: la primera que hemos visto antes, la que asigna a D’ios, el Creador del universo y Padre Celestial, todo el Poder. Al ser la acepción más ordenada de las tres, naturalmente le corresponde ser la acepción del JÉSED (BONDAD) del Creador, la que nos redime de todas las formas de idolatría, y en especial de la idolatría del Hombre, encapsulada en los liderazgos “fuertes”.

Y así, después de un apasionado discurso de defensa del Pueblo (Ibíd. 32:13), pero también de defensa del mismo Honor del Creador[!] (Ibíd. 32:12), Moshé obtiene Su perdón (Ibíd. 32:14).

Y no es menos perfecto el hecho de que sea el propio Moshé quien rompe las Tablas de la Ley al descender de la montaña (Ibíd. 32:19): eran unas tablas “distantes”, íntegramente hechas de la Mano de D’ios (Ibíd. 32:16), que no habían acabado de conectar el Pueblo con el Creador, por la distorsión de la adoración del liderazgo de Moshé que encapsulaba el Becerro de Oro instigado por la multitud mixta, el eslabón débil del Pueblo.

Todo recomenzaría, pues, con el perdón al Pueblo, y un nuevo par de Tablas, éstas esculpidas por Moshé (y escritas por D’ios)(Ibíd. 34:1, 4), y, por tanto, más cercanas al Hombre que las primeras.

Pero el peligro de adorar a los líderes está siempre muy presente –y aún más personas vinculadas a milagros y maravillas–, por eso mismo es fundamental que alimentemos constantemente (por medio de Estudio de Torá, Tefilá y Ma’asim Tovim (Avot 1: 2)) la proximidad entre el Creador y nosotros, y así tengamos presente la lección de Moshé en su Discurso final de que

“A ti se te mostró[, oh, Israel,] para que lo conocieras, que el Eterno es el Dios [–“Hu haElokim”–], no hay otro fuera de Él.”

Devarim 4:35

Que HaShem nos otorgue gracia y que así lo podamos percibir siempre en nuestras vidas; Amén, ken yehí Ratzón [אמן, כן יהי רצון].

Shabbat Shalom 🍓🕎🕊️ שבת שלום

Jaím Yehudá, menTORAje

Mantener la llama de la fe perfecta nos pide sostener nuestra conciencia focalizada no en fuerzas superficiales como liderazgos humanos o ningún vector natural, sino en el Creador: nuestro Padre Celestial.

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